Toda la religiosidad judía se encontraba ligada a dos instituciones:

1. El templo de Jerusalén: Era el centro de la religión, el lugar
donde “habitaba la presencia de Dios”. Todos los judíos varones
tenían la obligación de visitarlo tres veces al año (Deut 16, 16).
Estaba prohibido ofrecer sacrificios fuera del templo, no solo a los
sacerdotes, sino a todos los israelitas. Era el centro político; la
máxima autoridad judía era el Sanedrín, que luego de los tiempos
de Jesús, lo integraban sacerdotes, ancianos y maestros de la Ley,
presididos por el Sumo Sacerdote. En tiempos de Jesús, el Sanedrín
tenía poca autoridad, porque todo el poder estaba en manos de los
romanos.

2. La sinagoga: En todos los pueblos, había una sinagoga. En ellas
se reunían los judíos para la oración del sábado y, durante la
semana, los rabinos enseñaban a los más pequeños a leer las
Escrituras. Y los judíos celebran la liturgia de la Palabra
reuniéndose en cualquier otra parte (reunión se dice synagogé).
La liturgia del templo era presidida por sacerdotes; la de la sinagoga
por laicos, como en la actualidad.