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SAN PABLO
El amor no pasará jamás

Pablo era un joven judío de la época de Jesús. Había estudiado mucho las Escrituras y estaba dispuesto a ser un gran maestro de la Ley. Estaba totalmente convencido de que los seguidores de Jesús se equivocaban. ¿Cómo podía ser que Jesús, un hombre pobre y sencillo, fuera el Mesías, el Hijo de Dios? Esto era para Pablo una gran mentira y creía que, por eso, ese hombre había merecido morir en la cruz. De manera que estaba decidido a perseguir a los cristianos hasta la muerte, para que dejaran de predicar acerca de todas esas mentiras que atentaban contra la fe de los buenos judíos.
Un día, mientras iba camino hacia la ciudad de Damasco, persiguiendo a unos cristianos que huían, sucedió algo extraordinario que cambió su vida. Una luz que venía del cielo lo envolvió de improviso con su esplendor y lo hizo caer en tierra. Oyó una voz fuerte que le decía: «Pablo, Pablo, ¿por qué me persigues». Él le respondió: «¿Quién eres tú, Señor?». Y la voz le contestó: «Yo soy Jesús, al que tú persigues».
Pablo llegó a la ciudad de Damasco y se hizo bautizar. Se puso en contacto con Pedro y con los demás apóstoles y comenzó a predicar la palabra de Jesús por todos lados y a todas las personas: viajaba de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad, por tierra y por mar, haciendo conocer a Jesús y fundando pequeñas comunidades cristianas a su paso.
Sufrió la persecución, la cárcel y hasta la propia muerte por anunciar a Jesús. Después de muchos años de predicación y de grandes viajes misioneros, murió decapitado en Roma.
Junto a Pedro, Pablo es considerado como columna de la Iglesia de Jesús. Por eso la fiesta para ambos apóstoles se celebra el mismo día, el 29 de junio.

 
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